Al salir de la comunidad Ccoripacuhis, en el camino, al llegar a la curva que da a la pampa, en donde dicen que antes había una gran laguna, nadie sabe por qué razón, existe un montículo de piedra que se asemeja a una persona. Dicen los antiguos que es un hombre, porque su rostro es bien claro en su sufrimiento. Dicen los antiguos, que es el cuerpo de Ayusuni, un joven que no hizo caso al Cóndor y desde ese momento, estas tierras se secaron.

Cuentan que su madre escondió la pena en sus entrañas hasta su último día. Pena que le quemaba el alma por saber lo que le pasaría a su hijo. Pena que le brotaba en el rostro de cuando en cuando, al verlo jugar, chiquitito, entre los cuyes, o intentando sacar algunos sonidos a la quena que el yaya le dejó de regalo antes de morir.

Cuentan que cuando el Curaca del ayllu le dijo que los dioses lo habían designado desde siempre para ir más allá de las montañas en busca de la gran laguna para depositar la ofrenda que haría que vuelva la lluvia a humedecer las tierras, Ayusuni no se imaginó que ese encargo lo llevaría a conocerla, a ver su rostro, a sentirla con el alma y con el cuerpo.

Dicen que el preciso instante que se encontró en su delante, pudo entender la razón por la que el Curaca le indicó con tanta firmeza, “camina siempre por donde avanza el cóndor y no vuelvas la mirada a ningún llamado”. Pero luego de varios días y varias noches de andanza, no resistió y volteó la mirada. Sucumbió a esa voz que imitaba al viento cuando traspasa las cumbres. Detuvo sus pasos para venerar esa belleza que puede ser otorgada solamente por el Dios Sol.

Kuntur, la majestuosa ave, en desesperado vuelo, no hacia otra cosa que advertir la tragedia. Grandes círculos trazados en el cielo en lucha contra las corrientes fueron insuficientes para que él descifre los mensajes. Acercamientos y revoloteos sorteando los grandes riscos, resultaron inútiles para entender sus desesperados graznidos. 

Dicen que en ese preciso instante en que ella partió de retorno a su ayllu, dejándolo ahí, postrado en la curva del camino, justo antes que los grandes cerros se abran y se divise la gran laguna, Ayusuni entendió que desde siempre estaba escrito su destino. Supo que ella volvería a enterrar a su pueblo como lo hizo cientos de años atrás. Entendió claramente por qué lloraba su madre, por qué la advertencia del Curaca, por qué el vuelo desesperado de Kuntur.

Entendió, pero ya era tarde. Su último aliento le sirvió para mirar por última vez la gran laguna, mientras su humanidad se convertía en piedra doliente.  

 

10.11.2017