En una de mis habituales incursiones por los huecos de libros viejos de la cuadra nueve de Camaná, la cuadra dos de Quilca y alrededores, en el Centro de Lima, advertí una reciente ocupación desordenada de una gaveta por una serie de libros de historia, derecho y otros temas, que tenían en común haber sido parte de la “Biblioteca Privada Augusto Dammert”, tal como lo certificaba el aún perceptible sello azul en primera página de cada uno de los volúmenes.
Cogí uno al azar: Historia del Perú. La República. Carlos Wiesse. Catedrático de Historia del Perú en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Miembro del Instituto Histórico y de la Sociedad Geográfica. Cuarta Edición. Librería Francesa Científica y Casa Editorial E. Rosa y F. y E. Jirón Unión N° 632 y 634. Lima. 1939. En la parte superior de la portada, un nombre en tinta china azul daba cuenta de la propietaria: Victoria Dammert León.
Esa noche, ya en casa, hice las pesquisas en internet para aplacar la curiosidad. Al parecer la dueña tuvo como nombre completo el de Juana María Victoria Marina Dammert León, y falleció el 25 de setiembre del 2017. Según un árbol genealógico que también encontré en internet, habría sido hija de Augusto Dammert Alarco y de María Victoria León Porta, y nieta de Juan Luis Dammert Amsink (1835-¿?) y nada menos que de doña Juana Alarco Espinoza de Dammert (1842-1932).
La navegación me condujo, además, a un escrito en las Normas Legales de El Peruano, en donde se señalaba que Javier Francisco Dionisio Dammert Marcos había solicitado sucesión intestada de su fallecida madre (doña Victoria) el día 20 de noviembre del 2017, dos meses después de su muerte.
A partir de ahí, me imaginé que el tal Dionisio terminó como dueño y señor de biblioteca familiar y que no se le ocurrió mejor idea que venderla o despojarse de ella, terminando así con la unidad y concierto logrados con los cientos de libros adquiridos y administrados con cuidado y esmero por el abuelo, el padre y la madre, a lo largo de todo un siglo.
Eran las tres de la mañana y ya me encontraba fabulando sobre la historia y destino de la “Biblioteca Privada Augusto Dammert” (que ya había dejado de ser privada), cuando dirigí la mirada hacia el altillo de la casa, en donde se ubica mi biblioteca.
– Mierda… qué va a ser de mis libros de aquí a algunos pocos años. Me dije en voz baja.
Pero mi inicial preocupación cedió paso rápidamente a sensaciones más placenteras, al recordar mis primeros encuentros con los libros que habitaron la casa familiar: los cuatro volúmenes de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma, con acuarelas de Pancho Fierro, que, junto con los cuatro volúmenes de El Libro de Las Mil y Una Noches, formaron parte de la pequeña biblioteca de mi padre. A éstos, sus tesoros, se sumaba un pequeño libro de bolsillo sobre La Antártida, que al parecer hurtó de la biblioteca de la Base de Ancón, en sus primeros años de suboficial de la Fuerza Aérea.
Yo también contribuí con la biblioteca, tempranamente. Aun guardo en un lugar especial las Veinte mil leguas de viaje submarino, con una nota de mi puño y letra en primera página, que dice “cuando cumplí 8 años. San Roque, 27 de diciembre de 1969″. Creo que fue un regalo de mi tía Luzmila Basas, o de la tía Antuca, no estoy muy seguro. También conservo con mucho cariño el libro El hombre en el Espacio. Una aventura en la tierra del mañana, de Walt Disney, en cuya primera página y con letra de mi padre, se lee “diciembre 1972, 4to B de primaria. Premio”, haciendo alusión a un reconocimiento por méritos obtenidos en el Cuarto de Primaria en el Colegio FAP Manuel Polo Jiménez. Guardo también mi primer libro adquirido por compra; fue en los quioscos de la Plaza San Martín, en el año 1976, entre marchas y sueños de justicia, cuando cursaba el Tercero de Secundaria: El Manifiesto Comunista.
Recuerdo que, durante el primer ciclo de Estudios Generales Letras, en la PUC, elaboré una relación de libros que debería leer por cultura general obligatoria, a la que Mariano Jordán Velit -compañero de aula- contribuyó con la anotación de muchos títulos, constituyéndose así en el inicio de uno de mis grandes proyectos de vida: la biblioteca personal. Han pasado muchos años y ahora cuento con cientos de títulos de narrativa, historia y sociología urbana. Además de los libros vinculados al trabajo, en particular de planificación estratégica.
Cientos de libros que he ido adquiriendo en diversos lugares: en la ya desaparecida librería del Bazar de la FAP, en la calle Las Tiendas, en Surquillo (en la época universitaria, a crédito, y a cuenta del sueldo de mi padre); en los diversos puestos de libros viejos de Camaná y Quilca; en librerías o ferias callejeras de provincias; y -otros tantos- como “recuperación» ejecutada en algunos centros de documentación ya pasados a mejor vida, en las instituciones que suelo visitar por motivos de trabajo.
Libros que no he leído ni en un 15% y que, a estas alturas del partido, ya no llegaré a leer. Más aún si tomamos en cuenta que cada vez que salgo por el Centro de Lima, retorno a casa con uno o dos volúmenes más, que ingresan a su respectivo lugar en los estantes del altillo.
No tienen un sello que diga “Biblioteca Privada Walter Melgar Paz”, pero es altamente probable que, de aquí a algunos años, deambulen por los recintos sagrados de Camaná, Quilca o Amazonas en busca de nuevos dueños. Ya que no quiero dejar semejante carga a Vania; ella que está empezando a andar ligera de peso por el mundo.
W.M.P. (Lima, 31.08.2019)