Setiembre del año 1975. El último con aulas separadas por hombres y por mujeres. A partir del siguiente, y como consecuencia de la reforma educativa del gobierno militar, todas serían mixtas. Yo estaba en el “B”, de varones, claro.

Ese día, por alguna razón, el profesor Rodríguez no se presentó a su clase. Y no era que me preocupase perder una sesión de Historia. El problema consistía en que, ante la demora o inasistencia de alguno de ellos y siguiendo los protocolos del colegio, el brigadier del aula asume el control de la situación. Y ese era yo: el encargado de manejar a una jauría de adolescentes que cursa el Segundo de Secundaria, en un colegio de hijos de militares, regentado por militares, curas y monjas. Nada menos.

Salgo al frente y me paro al lado del pupitre armado con mi libreta y mi lapicero, con la intención de recordarles las normas de conducta que debemos observar en estos casos; para sugerirles que aprovechemos el tiempo de manera responsable leyendo el capítulo del libro que corresponde a esta sesión según el programa del curso; para advertirles sobre las posibles consecuencias de no comportarnos adecuadamente; para indicarles (con señas) que nos están escuchando desde Conducta a través del intercomunicador instalado encima del crucifijo.

Pero es inútil.

El bullicio y el desorden general se apoderan del recinto; cuadernos, tizas y cáscara de plátano surcan los aires de extremo a extremo; las carpetas pierden su habitual disposición para dibujar laberínticas figuras; Mamalula encierra por enésima vez al Chato Miranda en el pequeño clóset donde se guardan los materiales de limpieza; el loco Pirulo orina en el tacho de papeles; veo mi lonchera salir por la ventana, hacia el segundo patio.

El Jefe de Conducta ingresa por la puerta delantera, con su habitual “Todos en silencio”. Mientras se dirige a mis compañeros de aula en mayúscula reprenda, vienen a mi memoria pasajes de estos años en que he sido brigadier de aula, desde Primero a Quinto de primaria y luego, estos dos primeros años de secundaria. Se me presentan, nítidos, todos esos recreos desperdiciados por ayudar a los profesores a cuidar el orden en el patio principal del colegio; las veces que me escondieron la lonchera, para entregármela recién 4 o 5 días después, maloliente y con todo el contenido podrido; los partidos de futbol en que fui el último en ser escogido para integrar alguno de los equipos y casi por exigencia del profesor de Educación Física; las tareas que algunos de mis compañeros me obligaron a hacer con la promesa de no molestarme, más adelante.

El Jefe de Conducta insiste: “Melgar, le estoy diciendo que me de 5 nombres, en este momento, para que inmediatamente sean expulsados del colegio”. Volteo y los busco entre el desorden. Ahí está el Piojo Duarte, La Vieja Bermúdez, el Corcho Arévalo, el Chino Liu, el Flaco Suarez. Observo sus rostros abatidos, indefensos, asustados, desprovistos de poder, suplicantes, dispuestos a darme todo con tal de no ser delatados.  “Melgar, estoy esperando. Deme 5 nombres”.

Nos dirigimos a su oficina. Lo escucho hablarme del orden, de las normas y las sanciones necesarias en una institución educativa como la nuestra; del honor y el privilegio de llevar el cordón y la insignia de Brigadier; de mi brillante trayectoria en el Manuel Polo Jiménez; de lo orgullosos que deben estar mis padres por ser un alumno ejemplar.

Lo escucho y avanzo, mientras me doy valor, mientras me convenzo a mí mismo, mientras me afirmo en la respuesta, mientras me aferro al sentido de justicia de la decisión que voy a tomar. Es lo mejor, es lo mejor. Murmuro.

* * * * *

Recibo la Papeleta de Suspensión por 5 días y la Esquela de Citación a mi padre, requiriendo “su presencia para conversar sobre la indisciplina y desacato a la autoridad de parte de su menor hijo”.

Regreso al aula entre los nuevos pabellones aun sin estrenar; lentamente, sin apuro, algo distraído, ligero. En el escritorio del Jefe de Conducta han quedado para siempre mi cordón celeste y mi insignia de Brigadier. Los dejé ahí por propia voluntad, al lado de mi silencio.

 

W.M.P. / 1 de junio del 2023

s.