Testigo de ausencias progresivas, la casa en donde vivieron mis abuelos maternos en Ancón, se va acostumbrando a los silencios prolongados, o acaso al rumor que se advierte del viento ingresando sigiloso entre las aberturas de los ventanales, ya sin vidrio.

Y al final -habitada solo por los recuerdos de los domingos bulliciosos y por los espíritus que la eligieron de mausoleo- la casa vacía sede a la soledad y asume su decadencia y deceso inminente.

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