En los años 1940, la educación fue todo un privilegio en el Perú, considerando que más de la mitad de las personas adultas declaró —en el Censo Nacional— no contar con instrucción escolar; que solo el 5.6% de los mayores de quince años alcanzó algún grado de educación secundaria; y que menos de uno de cada cien (de esos mayores de 15 años) tuvo acceso a la educación superior.
En ese contexto general, las mujeres se encontraron en mayor desventaja con relación a los hombres: el 70% de ellas no contó con educación escolar y tan solo el 3.3% llegó a estudiar algún grado de secundaria. [1]
De hecho, el Anuario Estadístico del Ministerio de Hacienda y Comercio de aquellas épocas, señala que en el año 1945, solo 4,832 personas ingresaron a los centros de estudios superiores en todo el Perú, y de éstas, 1492 fueron mujeres. La mayoría de ellas ingresaron a las Escuelas y Academias de Bellas Artes (480) para estudiar música, a las universidades (420) para seguir carreras de las ciencias sociales, a las Escuelas Normales (232) y de Asistencia Social y Hospitalaria (175), y otras tantas, a instituciones educativas que ofrecían diversos oficios técnicos (183).[2]
En otras palabras, por aquellos años, muy pocas mujeres accedieron al sistema educativo nacional como plataforma para forjarse un futuro en sus vidas.
Mi madre fue una de ellas.
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Graciela Paz Untama, mi madre, llegó a Ancón el año 1946 proveniente de La Oroya, en donde nació 10 años antes. Mi abuelo fue maquinista del histórico Ferrocarril Central del Perú —propiedad de la Peruvian Corporation Limited— cubriendo la ruta Lima–La Oroya–Huancayo. De ahí pasó (con la abuela y toda la prole) a la Estación de Trenes de Ancón, que en aquellos años era el servicio de transporte del balneario aristocrático hacia el centro de Lima.[3]
Mi madre (como casi todas las niñas y adolescentes del “pueblo” de Ancón) fue al Centro Escolar de Mujeres N°468, cuya Directora fue la señorita Victoria Salazar Larrañaga. En esta escuela cursó sus estudios primarios, dando por concluida sus oportunidades de formación a sus 15 o 16 años, como solía ocurrir en aquellos tiempos. [4]
Sin embargo, no se resignó a quedarse de empleada doméstica de su padre maquinista y de sus 3 hermanos (quienes, a la sazón, ya eran empleados de la Peruvian) hasta esperar que le llegue un marido.
Sin contar con la total aprobación de la familia, mi madre estudió un curso de Mecanografía y Taquigrafía Gregg en las Escuelas Americanas, allá por el año 1954 o principios del 1955, en el antiguo local del Jirón De La Unión, Cercado de Lima. Con ello se preparó para enfrentar su propio destino laboral y personal.
Ingresó a la Peruvian, en donde se desempeñó como Taquimecanógrafa de la Oficina de Trenes y de la Oficina de Tráfico, entre el 11 de agosto del año 1955 hasta el 9 de marzo de 1962, tal como se puede leer en el Certificado N°64, emitido por la empresa en fecha 17 de octubre de 1962, en donde, además, dejan constancia que “durante este tiempo sus servicios han sido satisfactorios”.
Luego, ingresó a trabajar en Braillard S.A., empresa importadora de autos Peugeot, como “secretaria de importaciones”, desde el 1 de marzo de 1965 hasta el 27 de febrero del año 1999. Durante todos estos años “la señora Paz demostró seriedad, responsabilidad, dedicación y eficiencia en el cumplimiento de sus funciones”, según el Certificado correspondiente, firmado por el señor Emilio Ortiz, Director Gerente. Cinco años después, mi madre falleció.
Es decir, mi madre trabajó de secretaria prácticamente toda su vida adulta.
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Solía contarnos a mi hermana y a mí (de pequeños), que a los 19 años y con su primer sueldo del Ferrocarril Central, se fue a comprar (en cómodas cuotas mensuales) su propia máquina de escribir: una Underwood de fierro fundido, con estuche de madera forrado en cuerina color negro. En ella se hizo una experta mecanógrafa.
Cuando mi madre se casó con mi padre, su máquina de escribir se quedó con los abuelos y fue peregrinando por las casas en donde les tocó vivir sus vidas y morir sus muertes.
Recuerdo que, de pequeño, cuando los visitaba, la observaba en su imponente estuche de madera y su forro negro de cuerina, ocupando un lugar preferencial encima del aparador de la abuela, en el comedor de las casas en donde habitaron. Para ser exactos, recuerdo imaginármela, ya que siempre estuvo oculta, protegida en su estuche, impenetrable, teniendo al abuelo como insobornable celador. “Tu mamá me encargó que nadie la toque”.
Cuando ellos y mi madre ya habían partido, y luego de varios años de estar la casa de San José cerrada (última morada de los abuelos), tuve que ocuparme de ella: abrir sus puertas, ventilarla, prender velitas para las ánimas que la habitaban, barrer el patio y regar el viejo san pedro que aprendió a sobrevivir en total soledad y apenas con la brisa de la madrugada, ordenar los muebles y enseres que quedaron suspendidos en el tiempo y el olvido.
En la segunda o tercera de estas visitas, me percaté de ella. Ocupaba su lugar de siempre, vistiendo su ropaje elegante, destacando en medio de vetustas lámparas, despostillados platos de porcelana, servilletas y manteles ajados y otros trastes que de alguna manera terminaron arrumados sobre el mueble que ya empezaba a dar claros indicios de haber sido abatido por las polillas.
La tomé con sumo cuidado y la trasladé a la mesa del comedor. Retiré el polvo acumulado sobre la cuerina. La pequeña llave seguía atada a la manija del estuche de madera y al alcance de la cerradura. La abrí. Ahí estaba: enigmática.
Han pasado varios años desde que la traje a ocupar un lugar especial en mi biblioteca. De cuando en cuando subo a verla. Generalmente luego de que la vieja Underwood deja escuchar sus teclas, en medio del silencio de la noche.
W.M.P. / 05.03.2022
[1] La escolaridad en el Perú contemporáneo. Teresa Ε. Ruiz. R. En: En: https://books.openedition.org/pufr/5821
[2] Ministerio de Hacienda y Comercio. Dirección Nacional de Estadística. Anuario Estadístico del Perú 1944-1945. Lima, 1947.
[3] Más información sobre este tránsito familiar, pueden verlo en https://www.noctambulo.com.pe/itinerario-familia-paz/
[4] Gracias a mi hermana y a la tía Luzmila Basas, por el dato.
Una exquisita historia que registra cómo los objetos quedan impregnados de un halo familiar. Me gusta el viento existencial que le adhieres a esta historia. Felicitaciones Walter Melgar Paz.