La ve abandonar la sala principal de Palacio, luciendo un radical corte de pelo estilo garçon con flequillo asimétrico, que va perfecto con el cambio de estación y resalta ante la sobriedad de los cortes rectos, colores sólidos y accesorios discretos del vestido en tono champagne que la engalana.

Nancy Lange dirige sus pasos nerviosos rumbo al Congreso de la República, en atención a la citación cursada por la Comisión Investigadora del Caso Lava Jato, el más grande escándalo de corrupción que involucra millonarios sobornos a los últimos mandatarios. Intuye el desenlace con pesimismo, pero reconoce que es parte del costo.

Mientras observa salir el auto presidencial del patio de Palacio, bordear la Plaza Mayor por el Jirón de la Unión y subir por Huallaga rumbo al Congreso, el Presidente recuerda los años en que la fue observando y evaluando sistemáticamente, cuando laboraban en el Fondo Monetario Internacional, y la eligió entre las otras tres candidatas. Su inteligencia y sagacidad como politóloga y su tendencia al perfil bajo, fue la combinación que finalmente pesó en su decisión, cuando a principio de los años 90 le propuso la sociedad en su proyecto político en el Perú, a la par de matrimonio.

El resto fue más simple. Estructurar los argumentos suficientes para una primera separación como preámbulo al divorcio con Jane, luego de 30 años de matrimonio y 3 hijos a cuestas. Así son los negocios. Se dijo, como para bloquear toda posibilidad de asomo de algún mínimo sentimiento de culpa. Jane ya había cumplido su cometido. Sentenció.

A Jane la conoció en la Maestría de Princeton y a los 25 años se casó con ella. O, para ser más preciso, con la excelente posibilidad que le ofrecía su padre, Josep Carey, miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y puerta de ingreso al Banco Mundial y de ahí a toda su carrera en el mundo de las finanzas internacionales y de las grandes empresas mineras y  de hidrocarburos. Carrera que efectivamente condujo con éxito hasta que decidió regresar al Perú, recuperada la democracia, allá por los años 2000, y trabajar pacientemente su trayecto rumbo a la presidencia.

Jane, Jane, Jane. Quien diría que una Jeny me vendría a joder ahora la vida. Dijo con cierta amargura mientras retornaba a su despacho, prendía el televisor y sintonizaba el canal que en directo transmite las sesiones del Congreso. Nancy ya estaba ahí, elegante ella, presta a responder las preguntas e insinuaciones que los miembros de la Comisión Lava Jato le harían sobre su participación y la del Presidente, en la empresa que recibió dinero de la corrupción, y en donde ella figuraba como accionista principal.

Se paró para servirse un whisky doble sin hielo. Subió el volumen del aparato. Trazó una mirada directa hacia su gran foto de cuerpo entero con la franja presidencial que adornaba la parte trasera de su escritorio. Volvió su atención a la transmisión en directo de la Sesión de la Comisión Investigadora.

La Congresista Jeny Vilcatoma hacía uso de la palabra. En los últimos dos años se había convertido en la principal perseguidora del Presidente y había encontrado en Nancy, un atajo inteligente para llegar a él.

Por alguna extraña razón, en ese momento de alto estrés, volvieron sus recuerdos de infancia, de los años en que su madre se lo llevó a Inglaterra junto a su hermano menor, separándolo de manera definitiva de su padre y creándole un gran resentimiento que nunca superó. Se pudo ver, en fugaces episodios, transitando por el Rossall School, el Royal College of Music de Kensington y su ingreso a la Universidad de Oxford, a los 17 años.

Por alguna extraña razón, en ese momento de alto estrés, le vino a la memoria aquella noche del 56, víspera de su partida a la universidad, en que, preocupado por su inexperiencia sexual, no se le ocurrió mejor idea que someter a la joven empleada doméstica que su madre había mandado traer desde algún pueblito de los Andes del Perú. No recordó ni su rostro, ni su nombre. Solo la experiencia placentera y el llanto silencioso de la adolescente. Nunca más la volvió a ver.

En ese preciso instante, en que por televisión veía a Nancy asumir toda culpa y dejarlo libre de sospecha, entendió que aquella lejana noche del 56 había iniciado su largo camino hacia la conquista del poder.

 

Walter Melgar Paz

Cusco, 07/12/2017