Mi abuela materna murió la madrugada del cuatro de febrero del 2000.
La tarde del día anterior -sentada en la butaca en donde depositaba rutinariamente su humanidad y sus recuerdos los últimos 20 años- llegó a la conclusión de que era hora de partir: sus más de 90 años eran suficientes, su corazón se sentía agotado, ya no tenía sentido continuar en este mundo. Aquella tarde, de manera absolutamente inusual, se fue a recostar a su cama y no se levantó más. Murió -esa madrugada- como Manuela Untama Chávez viuda de Paz, según consta en el Acta de Defunción.
Mis primeros recuerdos la ubican al pie de la cama de dos plazas en la que nos acostaba a mi hermana y a mí, de pequeños, cuando íbamos a visitarla: sentada, conduciendo con majestuosidad su ritual de cada noche: retirar una a una las horquillas de metal de su prominente moño para dejar en libertad sus largas y grisáceas trenzas de mujer andina, cepillarlas paciente e infinitamente, hasta quedarnos dormidos.
Mujer de casa. Solo salía por las mañanas a la “paradita”, para hacer las compras con el diario que el abuelo le dejaba; escogía el arroz sobre la mesa, grano a grano; sancochaba los camotes, preparaba el caldo y estofado de pollo. Luego de recoger y lavar los platos, se sentaba a zurcir algún mantel viejo, o planchaba la ropa con su pesada plancha de mango de madera verde, o simplemente cabeceaba un rato escuchando “la radio”. Volvía a prender la cocina a kerosene para el lonche y dos horas más tarde, la comida. Esa fue su rutina diaria los 35 años que pude verla. Esa fue también su rutina los 40 años anteriores, desde que formó una familia: cocinando y lavando mamelucos al esposo maquinista ferroviario, cuidando a los hijos, barriendo y limpiando las viviendas que -en el periplo por las Estaciones de La Oroya, La Punta y Ancón- le fue asignando la Peruvian Corporation a la familia.
Mi abuela materna nació en Arequipa a inicios del siglo pasado. Única mujer y la menor de cuatro hermanos. Según tengo entendido, siendo niña o adolescente fue entregada a su tío paterno, don José Santos Untama C., casado con doña Isabel Chávez, para que ayude a los quehaceres de la casa y al cuidado de los pequeños hijos (sus primos hermanos), tarea que cumplió con diligencia hasta el día en que -al parecer- se escapó con mi abuelo a la ciudad de Puno y se casó.
En su partida de matrimonio se consigna que “… a horas tres de la tarde del día nueve de febrero del año de mil novecientos veintinueve, se presentó a esta Oficina de Registros de Estado Civil … Don JOSÉ PAZ BERNAL … y DOÑA MANUELA PRADO, de estado civil soltera, de raza mestiza, de veintidós años de edad, natural de Vitor, vecina de Puno, de nacionalidad peruana, e hija legítima de Don Mariano Prado y de Doña Fermina Untama …, y manifestaron haber contraído matrimonio en Puno, el día nueve de febrero de mil novecientos veintinueve …”.
Es decir, mi abuela materna fue (en realidad) doña Manuela Prado Untama, mujer nacida en el año 1907, natural de Vitor (Arequipa, Perú), de raza mestiza, sirvienta en casa familiar, casada.
Sin embargo, todos y siempre en la familia la conocimos como Manuela Untama Chávez. Es más, en la partida de nacimiento de mi mamá y de sus tres hermanos hombres mayores, cuando se hace referencia a la madre, se la señala como Manuela Untama, de ahí que mi mamá sea Graciela Paz Untama.
Confusión que se origina -probablemente- de su época de alojada en casa de la familia del tío paterno -tal como hicimos referencia- de quienes ella adoptaría estos apellidos, por uso y costumbre, más que por algún acto jurídico.
Esta indefinición con sus apellidos trajo más de una complicación, sobre todo cuando de asuntos legales se trató, tal como sucedió con el título provisorio y los documentos que antecedieron el proceso de titulación de la casa de los abuelos, en San Martín de Porres.
Situación resuelta en el Testimonio de la Escritura de Adjudicación en el que consta que “En Lima, a los dieciocho días del mes de setiembre de mil novecientos setentidos, ante mí …. comparecen … el señor don José Paz Bernal … y su esposa la señora doña Manuela Prado Untama, mayor de edad …, ocupada en las atenciones de su casa, casada, de nacionalidad peruana … la que carece de libreta electoral por ser analfabeta ….”.
Así pues, mi abuela materna fue doña Manuela Prado Untama, mujer de nacionalidad peruana, natural de Vitor (Arequipa, Perú), de raza mestiza, sirvienta o ama de casa (que para la época era casi lo mismo), madre de cuatro hijos e indocumentada por ser analfabeta.
Sí. Mi abuela materna murió -con más de 90 años- indocumentada por ser analfabeta.
* * *
La Defensoría del Pueblo, señala que “El derecho a la identidad es un derecho humano fundamental y, como tal, está íntimamente vinculado a la dignidad de la persona. No es posible concebir el desarrollo integral del ser humano al margen de este derecho. … que implica no sólo el derecho al nombre, sino también a la nacionalidad, a la identidad cultural, a contar con un registro de identidad, en fin, con todo aquello que va a permitir a la persona que sea identificada dentro del conjunto de la sociedad como un individuo con derechos y deberes, toda vez que una persona no identificada no existe en una sociedad y, por ende, se encuentra al margen del sistema.” [1]
Claro, estamos hablando de este siglo, en el que se ha avanzado significativamente en el derecho al nombre como parte de la identidad de la persona, aunque falta dar duras batallas para el reconocimiento de otras dimensiones respecto a esa misma identidad.
Volviendo a mi abuela materna. Como mencioné, ella nació por el año 1907.
Ahora bien, la práctica (y el derecho) al registro como persona perteneciente a una nación y un Estado, históricamente en el Perú, fue atribución de la Iglesia, encargándose del acto mismo, así como la administración y custodia de los Libros de Bautismos, Casamientos y Entierros; función que se extendió hasta los inicios de la República. Estos cambios en el sistema jurídico tienen un hito importante el 28 de Julio de 1852, cuando se crean los Registros del Estado Civil, encomendándose su gestión a los Gobernadores de distrito y luego (1856) a las municipalidades, es decir, mantuvieron su carácter comunal. [2].
Por esta razón, y ya que nunca hubo una partida de nacimiento, mi madre hizo una búsqueda en la Parroquia San José – La Joya (Arequipa, Perú), que resultó infructuosa, a tenor de la carta del 09 de mayo de 1997, en la que el Párroco Juan de Dios Medina Silva le manifiesta “… que ha buscado la partida de Bautismo en este archivo, que existe el primer libro con el N°6, que está enmendado haciendo constar que … faltan las partidas de marzo de 1912 hasta marzo de 1919. Por tanto -concluye el Párroco- en este archivo no existe la partida de MANUELA PRADO o UNTAMA CHAVEZ … con dichos nombres y apellidos … que ha nacido el 17 de mayo e 1910 y se ha bautizado en el valle de Vítor.”
En 1931 se crea el Registro Electoral y se entrega por primera vez la Libreta Electoral a hombres mayores de 21 años que supieran leer y escribir. En el año 1955 se amplía el derecho al sufragio a las mujeres (bajo estas mismas condiciones), con lo cual acceden a este documento personal de identidad. [3]
Recién hace 4 décadas, el gobierno nacional toma en cuenta la existencia de las personas en condición de analfabetismo, para incorporarlas dentro del sistema de gestión pública. El 12 de diciembre del año 1978 se crea el Registro de Ciudadanos que no Sepan Leer ni Escribir, por Decreto Ley N° 22379, en el marco del Plan Túpac Amaru del Gobierno Militar.
El DL señala como fundamento “… la necesidad de establecer la identificación civil obligatoria para una mejor evaluación poblacional … [y] … al logro de objetivos señalados para el Área Social y que sirvan en el futuro a los requerimientos de orden legal”. Por lo que resulta “… necesario organizar un Registro de Identificación de los ciudadanos que no sepan leer y escribir, … bajo la dirección del Jurado Nacional de Elecciones por disponer éste de personal capacitado para tal efecto…”. Esta inscripción es “… obligatoria para los varones y mujeres que no sepan leer y escribir, a partir de los 18 años.” [4]
Por aquella época, en el Perú 1 de cada 5 personas tenía esta condición: analfabeta. Cifra que se elevaba a más del 50% en los departamentos centro y sur andinos (Apurímac: 67%, Ayacucho: 61%, Huancavelica: 60%, Cusco: 53%, Puno: 50%). Para el año 1981, la tasa de analfabetismo se redujo al 18.1% de la población del Perú, siendo el 73% de las personas analfabetas, mujeres predominantemente de la zona andina. [5]
Mi abuela materna fue parte de estas terribles y obscenas estadísticas.
* * *
Me viene a la memoria imágenes de mi abuela materna siguiendo a mi madre, con entusiasmo y curiosidad de niña, la lectura de las cartas que el tío Manuel le enviaba desde Nueva York, de las noticias del periódico, o simplemente de los anuncios que dejaban por debajo de la puerta. Y me pregunto cómo pudimos permitir/permitirnos tantos años de exclusión e indiferencia.
Mi abuela materna murió la madrugada del cuatro de febrero del 2000. Y aún su nombre me sigue doliendo.
W.M.P. / 18.04.2021
Mi agradecimiento a Roxana Vásquez Sotelo por las lecturas facilitadas para elaborar esta nota.
Además de las fotos y documentos familiares del archivo personal, hemos consultado:
[1] Informe Defensorial Nº 107. La Defensoría del Pueblo y el Derecho a la Identidad. Campañas de documentación y la Supervisión 2005-2006. Octubre 2006. Pg. 6
[2] Historia del Registro Civil en el Perú. RENIEC. En: https://www.reniec.gob.pe/portal/html/institucional/instiHistoria.html
[3] Voto Femenino en el Perú. Comisión Especial Multipartidaria Conmemorativa del Bicentenario de la Independencia del Perú. Congreso de la República del Perú. En: http://www.congreso.gob.pe/primerasmujeresparlamentarias/?K=6488
[4] DL N° 22379 Creación de Registro de Identificación de Ciudadanos que no sepan Leer ni Escribir
[5] PERU: Población Analfabeta de 15 y más años según Departamentos: 1961, 1972, 1981 y 1993. INEI
Me encantoo Walter que recojas aquellos datos sobre la historia de tu abuelita que los envuelves con cierto sentimiento que me recuerda taaaanto que compartir y que debieramos tomar como esa lluvia de bendiciones que siempre les deseamos a nuestros seres queridos a que dejen de ignorar. Gracias Walter.
Resulta un placer leer tu escrito, pero también de calidad informativa… resulta increíble que haya existido tanta exclusión, me ha sorprendido conocer estos detalles y entiendo que te duela aún el nombre de tu abuela.