En Tablada de Lurín, la noche se presenta más oscura aún, que en toda Lima. El habitual apagón sincronizado en toda la ciudad, el arenal que separa la Avenida Revolución de la Primera Zona, el lejano rumor y la bruma de las playas de Conchán que se empecinan en atravesar las viviendas precarias de estas laderas, dibujan este especial lienzo lúgubre y vacío. Sin embargo, no necesita la luz de los postes. Todas estas tardes y noches que viene transitando esta ruta para ir a las reuniones preparatorias, no ha requerido que lo iluminen.
Es la tercera vez que te presentas sin anunciarte. Por alguna razón consideras que tienes el derecho de hacerlo y, aunque no llego a entender muy bien cómo es que regresas cada vez, reconozco que de manera inevitable tienes autoridad sobre mí. Sin embargo, a diferencia de las veces anteriores, ahora sé por cuál es tu propósito. Pero ya te digo, es en vano. No cambiaré mi decisión.
Cruzar la ladera por este flanco resulta agotador; sin embargo, es lo más seguro desde que las patrullas tomaron como puntos de vigilancia el paradero de La Curva, la Posta de Salud, y el Parque. Las últimas capturas en los piquetes de pintas y pegatinas y la caída de algunos compañeros obligan a adelantar el ingreso de gente de los órganos de masas a las células del Partido. Y las órdenes no se discuten.
No me vengas otra vez con lo mismo. De que la vida está llena de riesgos y vicisitudes, pero que es mejor lidiar con ellos, a evadirlos por temor y tener que morir cada mañana de tu existencia al despertar y ver en lo que te convertiste. No me vengas a disuadir con eso de tus 30 años dedicados al trabajo aburrido de tu oficina. No pretendas manipularme con los vacíos de tu existencia adulta, no me cargues tu amargura, no me traslades tu frustración.
Al frente, la luz tenue de una vieja lámpara de kerosene, común en estas viviendas a donde no llega la electricidad, el agua, ni el desagüe; en donde el empleo o la salud es solo una referencia ajena; en donde los niños se alimentan con un plato de sopa de fideos y se acuestan con la ilusión de un pan el día de mañana. Esa tenue luz es el punto de llegada y de inicio de una vida distinta, incierta. Eso lo saben los jóvenes que ya se encuentran dentro, listos para jurar su decisión.
Conseguiste una familia comprometida como tú, como yo. Claro, son otras formas de lucha, pero al final es igual. ¿Entiendes que al fin y al cabo seguimos en las mismas causas, que no hemos traicionado nada? Entonces, ¿a qué viene tu disertación sobre las decisiones que te marcan para siempre, justo en estos precisos momentos, en que me dirijo a mi destino?
Retrocede. Atrás queda esa luz tenue de la lámpara de kerosene, ese compromiso que soñó desde la secundaria y persiguió todos sus años de universitario. Atrás queda ese futuro de utopías. Atrás queda su pasión transformada ahora en razón, en necesidad vital de proyectar otro mundo con su pareja y su hija recién nacida.
Delante queda un peso que -ahora está completamente seguro- cargará el resto de su vida.
26.11.2017